Como nos ha enseñado Roser Batlle, el Aprendizaje-Servicio, o ApS, no es más que dos ingredientes educativos combinados en una misma receta: el aprendizaje y el servicio.

Como en toda receta, o proyecto educativo, cada uno de los ingredientes enriquece al otro, generando complementariedad entre estos para lograr un resultado con mayor potencial. En este caso, el aprendizaje proporciona calidad al servicio y, a su vez, el servicio provee de sentido y enriquece el proceso de aprendizaje aportando experiencia vital y la posibilidad de desarrollar aprendizajes tácitos desde la práctica en contextos reales.

Pero si el aprendizaje y el servicio son los dos ingredientes principales, existe otro componente indispensable en el acto de comer: el hambre. En esta metáfora que venimos empleando, el hambre se correspondería con una necesidad social real existente a la que podemos atender desde nuestra propuesta educativa, pudiendo ser de diferentes tipos (medio ambiente, patrimonio urbano, igualdad de género, igualdad del colectivo LGTBIQ+, salud, etc).

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El estudio de las prácticas de ApS “ha posibilitado alcanzar un consenso internacional que apunta a definir esta práctica pedagógica a partir de tres rasgos fundamentales” (Montes, Tapia y Yaber, 2011, p. 9):

- Se trata de un servicio a la comunidad con el propósito de dar una respuesta a las necesidades reales y sentidas.

- Protagonismo de los distintos agentes (alumnado, profesorado y socios comunitarios) en las distintas fases del proyecto: diseño, implementación y evaluación.

- Planificación intencional e integrada de los contenidos curriculares con las actividades que conforman el servicio a la comunidad.

En conclusión, el ApS se puede definir como una “metodología docente diseñada para que los estudiantes realicen aprendizajes curriculares mientras dan respuesta a necesidades reales de la comunidad y de colectivos en riesgo de exclusión” (Camilli et al., 2018, p. 18). No obstante, hay perspectivas que van más allá de entenderlo como mera metodología educativa y denominan al ApS como práctica pedagógica e, incluso, filosofía práctica (Puig y Palos, 2006).