El coro nuevamente recobra gravedad y retoma el tono agorero hablando de la condición humana. La escena del asesinato, como es la tradición, ocurre entre bastidores y sólo de oyen los gritos de la víctima. El coro, que no acierta a comprender lo que está ocurriendo, reacciona movido por toda clase de indecisiones. Sus reflexiones, manifestadas en encontradas opiniones acerca de qué hacer, la soluciona Esquilo deshaciendo la unidad del personaje mantenida hasta ahora. Hasta ahora el coro, por boca del corifeo, expresaba siempre una opinión singular, de acuerdo con el esquema de personaje colectivo; ahora, la unidad se quiebra y aparecen los coreutas como individuos.