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TEXTO 47: "Giges, prueba a verla desnuda.."
Heródoto, Historia I, 8-12
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Giges y Candaules (obra de Willian Etty 1830)

(Tras narrar las primeras diferencias entre griegos y bárbaros de Asia (guerra de Troya incluida) comienza por relatar la historia de Lidia y su rey Creso, a quien los griegos de Asia Menor estaban sometidos mediante tributos. Pero antes narra la historia de los que precedieron a Creso y, en especial, la sucesión de Candaules por Giges)
Resulta que el tal Candaules estaba enamorado de su mujer y, como enamorado creía firmemente tener la mujer más bella del mundo; de modo que, convencido de ello y como, entre sus oficiales, Giges, hijo de Dascilo, era su máximo favorito, Candaules confiaba al tal Gíges sus más importantes asuntos y, particularmente, le ponderaba la hermosura de su mujer. Y, al cabo de no mucho tiempo -pues el destino quería que la desgracia alcanzara a Candaules-, le dijo a Giges lo siguiente: «Giges, como creo que, pese a mis palabras, no estás convencido de la belleza de mi mujer (porque en realidad los hombres desconfían más de sus oídos que de sus ojos) prueba a verla desnuda.» Giges, entonces, exclamó diciendo: «Señor, ¿qué insana proposición me haces al sugerirme que vea desnuda a mi señora? Cuando una mujer se despoja de su túnica, con ella se despoja también de su pudor. Hace tiempo que los hombres conformaron las reglas del decoro, reglas que debemos observar; una de ellas estriba en que cada cual se atenga a lo suyo. Además, yo estoy convencido de que ella es la mujer más bella del mundo y te ruego que no me pidas desafueros».
Con estas palabras Giges trataba, claro es, de negarse, por temor a que el asunto le ocasionara algún perjuicio, pero Candaules le contestó en estos términos: «Tranquilízate, Giges, y no tengas miedo de mí, pensando que te hago esta proposición para probarte, ni de mi mujer, por temor a que ella pueda ocasionarte algún daño; pues yo lo dispondré todo de manera que ella ni siquiera se entere de que tú la has visto. Te apostaré tras la puerta de la alcoba en que dormimos, que estará entreabierta; y en cuanto yo haya entrado, llegará también mi mujer para acostarse. Junto a la entrada hay un asiento; en él colocará sus ropas conforme se las vaya quitando y podrás contemplarla con entera libertad. Finalmente, cuando desde el asiento se dirija,a la cama y quedes a su espalda, procura entonces cruzar la puerta sin que te vea.»
En vista de que no podía soslayarlo, Giges,accedió a ello. Cuando Candaules consideró que era hora de acostarse, llevó a Giges al dormitorio y, acto seguido, acudió también su mujer; una vez estuvo dentro, y mientras iba dejando sus ropas, Giges pudo contemplarla. Y cuando, al dirigirse la mujer hacia el lecho, quedó a su espalda, salió a hurtadillas de la estancia. La mujer le vio salir, pero, aunque comprendió lo que su marido había hecho, no se puso a gritar por la vergüenza sufrida ni denotó haberse dado cuenta, con el propósito de vengarse de Candaules, ya que, entre los lídios -como entre casi todos los bárbaros en general-, ser contemplado desnudo supone una gran vejación hasta para un hombre.
Por el momento, pues, sin ninguna exteriorización, se mostró así de tranquila. Pero en cuanto se hizo de día, alertó a los servidores que sabía le eran más leales e hizo llamar a Giges. Este, que no pensaba que ella estuviera al tanto de lo sucedido, acudió a su llamada, pues ya antes solía, cuando la reina lo hacía llamar, presentarse a ella. Y cuando Giges llegó, la mujer le dijo lo siguiente: «Giges, de entre los dos caminos que ahora se te ofrecen, te doy a escoger, el que prefieras seguir: o bien matas a Candaules, y te haces conmigo y con el reino de los lidios, o bien eres tú quien debe morir sin más demora para evitar que, en lo sucesivo, por seguir todas las órdenes de Candaules, veas lo que no debes. Sí, debe morir quien ha tramado ese plan, o tú, que me has visto desnuda y has obrado contra las leyes del decoro.» Por un instante, Giges quedó perplejo ante sus palabras, pero, después, comenzó a suplicarle que no le sumiera en la necesidad de tener que hacer semejante elección. Sin embargo como no logró convencerla, sino que se vio realmente enfrentado a la necesidad de matar a su señor, o de pereceré a manos de otros, optó por conservar la vida. Así que le formuló la siguiente pregunta: «Ya que me obligas -dijo- a matar a mi señor contra mi voluntad, de acuerdo, te escucho; dime cómo atentaremos contra él.» Ella, entonces, le dijo en respuesta: «La acción tendrá efecto en el mismo lugar en que me exhibió desnuda y el atentado se llevará a cabo cuando duerma.»
Después de haber tramado la conspiración, al llegar la noche, Giges (dado que no tenía libertad de movimientos, ni quedaba otra salida, sino que él o Candaules debía morir) siguió a la mujer al dormitorio. Ella, después de entregarle un puñal, lo ocultó detrás mismo de la puerta. Y, al cabo, mientras Candaules descansaba, Giges salió con sigilo, le dio muerte y se hizo con la mujer y con el reino de los lidios. Precisamente Arquiloco de Paros, que vivió por esa misma época, mencionó a Giges en un trímetro yámbico.