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TEXTO 41: El amor enloquecido (Medea vv. 446-ss; vv. 1021-ss)
Eurípides, Medea
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Medea mata a sus hijos

(Enfrentamiento -agón- entre Medea y Jasón. Jasón, con sofismas, quiere marcar con el sello de su inteligencia y su prudencia su pérfida acción. Medea rechaza la menguada ayuda que Jasón le ofrece y no le ahorra reproches -vv. 446-ss-.)
JASÓN.- No he visto hoy por primera vez, sino también en otras muchas ocasiones, cuán irremediable mal es la acerba cólera. Pues, aunque tenías la posibilidad de habitar esta tierra y esta casa, soportando fácilmente las decisiones de los poderosos, por tus palabras insensatas serás desterrada de este país. A mí no me importa, puedes continuar diciendo que Jasón es el peor de los hombres, pero, después de las amenazas que has lanzado contra los soberanos, considera una ganancia total el ser castigada con el destierro. Yo me esforzaba, una y otra vez, por calmar la cólera de los irritados soberanos y quería que permanecieras aquí, pero tú no desistías en tu locura, injuriando siempre a los reyes y, por ello, serás expulsada del país. Sin embargo, a pesar de lo que ha ocurrido, sin renegar de mis íntimos, vengo aquí a ocuparme de tu suerte, a fin de que no seas expulsada con tus hijos sin recursos y no carezcas de nada: el destierro arrastra consigo muchos males; a pesar del odio que me tienes, no podría quererte nunca mal.
MEDEA.- ¡Oh colmo de maldades!, no encuentro en mi lengua mayor insulto para tu cobardía. ¿Vienes ante nosotros, vienes como nuestro peor enemigo, para los dioses, para mí y para todo el género humano. No, ni arrojo ni audacia es mirar de frente a los amigos después de haberles hecho un mal, sino el mayor de los vicios que el hombre puede albergar: la desvergüenza. Pero has hecho bien en venir. Yo aliviaré mi alma con mis injurias y tú, al oírme, padecerás.
Comenzaré a hablar desde el principio. Yo te salvé, como saben cuantos griegos se embarcaron contigo en la nave Argo, cuando fuiste enviado para uncir el yugo a los toros que respiraban fuego y a sembrar el campo mortal; y la serpiente que guardaba el vellocino de oro, cubriéndolo con los múltiples repliegues de sus anillos, siempre insomne, la maté e hice surgir para ti una luz salvadora. Y yo, después de traicionar a mi padre y a mi casa, vine en tu compañía a Yolco, en la Peliótide, con más ardor que prudencia. Y maté a Pelias con la muerte más dolorosa de todas, a manos de sus hijas y aparté de ti todo temor. Y a cambio de estos favores, ¡oh el más malvado de los hombres!, nos has traicionado y has tomado un nuevo lecho, a pesar de tener hijos. Si no los hubieras tenido, se te hubiera perdonado enamorarte de ese lecho. Se ha desvanecido la confianza en los juramentos y no puedo saber si crees que los dioses de antes ya no reinan, o si piensas que ahora hay leyes nuevas entre los hombres, porque eres consciente, que duda cabe, de que no has respetado los juramentos que me hiciste.
¿Ay, mano derecha que tantas veces tomabas y rodillas mías, cuán en vano hemos recibido las caricias de un hombre malvado, qué decepción en nuestras esperanzas! Ea, me voy a dirigir a ti como a un amigo. Creyendo que voy a recibir de ti algún beneficio? No, antes bien mis preguntas te harán aparecer más infame. ¿Adónde voy a dirigirme ahora? ¿A la morada paterna, a la que traicioné, y a mi patria, por seguirte? ¿A la casa de las desgraciadas hijas de Pelias? ¡Bien me iban a recibir en su casa, después de haber matado a su padre! Así están las cosas: para los seres de mi casa soy odiosa; y a los que no debería haber hecho daño, por causarte complacencia los tengo como enemigos. Claro que, en compensación, me has hecho feliz a los ojos de la mayoría de las griegas. En ti tengo un esposo admirable y fiel, ¡desdichada de mí!, si soy expulsada y desterrada de esta tierra, privada de amigos, completamente sola con mis hijos.

(Medea prepara la venganza contra su marido Jasón, que quiere repudiarla para casarse con la hija del rey de Corinto, y, para ello. matará a los hijos de ambos -vv.1021-ss-)
PEDAGOGO. - No eres la única que ha sido separada de sus hijos. Un mortal debe soportar los azares adversos como si no le pesaran.
MEDEA. -Así lo haré. Entra tú dentro de la casa y procura a los niños lo que necesiten para cada día. (El pedagogo abandona la escena.)
¡Oh hijos, hijos! Ya tenéis una ciudad y una casa, en la que, después de abandonarme en mi desdicha, viviréis siempre, privados de vuestra madre. Yo me voy desterrada hacia otra tierra, antes de haber gozado de vosotros y de haberos visto felices, antes de hab2ros dado una esposa, de haber adornado vuestro lecho nupcial y haber mantenido en alto las antorchas-. ¡Oh desgraciada de mí por m orgullo! En vano, hijos, os he criado, en vano afronté fatigas y me consumí en esfuerzos, soportando los terribles dolores del parto. Y pensar que había depositado en vosotros muchas esperanzas, ¡infeliz de mí!, de que me alimentaríais en mi vejez y de que, una vez muerta, me enterraríais piadosamente con vuestras propias manos, acción deseada por los mortales. Y ahora ha muerto ese dulce pensamiento. Privada de vosotros, arrastraré una vida triste y dolorosa. Vosotros no veréis más a vuestra madre con vuestros queridos ojos, pues estáis a punto de cambiar a otra forma de vida .
¡Ay, ay!, ¿por qué me miráis con vuestros ojos, hijos? ¿Por qué sonreís, como si fuese vuestra última sonrisa? ¡Ay, ay! ¿Qué voy a hacer? Mi corazón desfallece, cuando veo la brillante mirada de mis hijos. No podría hacerlo. Adiós a mis anteriores planes.
Sacaré a mis hijos de esta tierra. ¿Por qué, por afligir su padre con la desgracia de ellos, debo procurarme a mí misma un mal doble? ¡No y no! ¿Adiós a mis planes!
Pero, ¿qué es lo que me pasa? ¿Es que deseo ser el hazmerreír, dejando sin castigar a mis enemigos? Tengo que atreverme. ¡Qué cobardía la mía, entregar mi alma a blandos proyectos! Entrad en casa, hijos. A quien la ley divina impida asistir a mi sacrificio, que actúe como quiera. Mi mano no vacilará..
¡Ay, ay! ¡No, corazón mío, no realices este crimen! ¡Déjalos, desdichada! ¡Ahorra el sacrificio de tus hijos! Aunque no vivan conmigo, me servirán de alegría.
¡No, por los vengadores subterráneos del Hades! Nunca sucederá que yo entregue a mis hijos a los enemigos para recibir un ultraje. [Es de todo punto necesario que mueran y, puesto que lo es, los mataré yo que les he dado el ser.] Está completamente decidido y no se puede evitar. Ahora, con la corona sobre los su cabeza y vestida con el peplo, la joven reina se está muriendo, estoy segura. Y bien, puesto que me dirijo por el camino más penoso y a ellos los voy a enviar por uno más penoso aún, deseo despedirme de mis hijos. (Los niños vuelven a aparecer en escena.) Dadme, hijos míos, dadme vuestra mano derecha, para que vuestra madre la cubra de besos. ¡Oh mano queridísima, boca queridísima, rasgos y noble rostro de mis hijos! ¡Que seáis felices, pero allí! Vuestro padre os ha privado de la felicidad de aquí. ¡Oh dulce abrazo, oh suave piel y aliento dulcísimo de mis hijos! Idos, idos. (Los aleja de sí e indica que los lleven dentro de casa.) ¡No tengo fuerzas para dirigir sobre vosotros mi mirada, me vencen mis desgracias! Sí, conozco los crímenes que vov a realizar, pero mi pasión es más o poderosa que mis reflexiones y ella es la mayor causante de males para los mortales.
CORIFEO. - Ya en muchas ocasiones me he adentrado en el camino de los razonamientos sutiles y me he enfrentado con disputas mayores de las que debe abordar el género femenino. Y es que nosotras también poseemos una Musa que nos acompaña en busca de la sabiduría, pero no todas, pues en el linaje de las mujeres, entre muchas quizá hallarías sólo una pequeña parte que no sea ajena al don de las Musas.
Y afirmo que aquellos de los mortales que no conocen en absoluto la procreación de hijos superan en felicidad a los que los han engendrado. Los que no poseen hijos, por desconocer si ellos proporcionan alegría o tristeza a los mortales, al no haber llegado a tenerlos se libran de muchos pesares.
Pero aquellos que tienen en su casa un dulce plantel de hijos, los veo todo el tiempo atormentados por su cuidado, pensando primero de qué modo los educarán mejor y de dónde les dejarán a ellos un modo de vida y, además de esto, si se están esforzando por hijos malos o por buenos, lo cual es una cosa incierta.
Y ahora voy a decir el peor de todos los males para los mortales: supongamos que ya han encontrado suficientes recursos, que han llegado a la flor de la juventud y que han resultado ser buenos; si, a pesar de ello, el destino así lo impone, la muerte los encamina hacia Hades llevándose sus cuerpos. ¿Qué utilidad proporciona a los mortales que los dioses, por el ansia de tener hijos, añadan a los que ya poseen este dolor, el más cruel de todos?
MEDEA. -Amigas, desde hace tiempo estoy esperando el desenlace y espío lo que en palacio estará sucediendo. Pero he aquí que veo avanzar a uno de los sirvientes de Jasón. Su jadeo anhelante indica que viene a anunciarnos una nueva desgracia.
MENSAJERO. - ¡Oh tú que has cometido una acción terrible y fuera de la ley, Medea, huye, huye por el medio que sea, por mar o por tierra!
MEDEA. - ¿Pero qué ocurre para que tenga que emprender esta huida?
MENSAJERO. - Han muerto la joven princesa y Creonte, su padre, por causa de tus filtros.
MEDEA. - Me has anunciado una noticia bellísima; en adelante te tendré entre mis bienhechores y amigos.
MENSAJERO. - ¿Qué dices? ¿Estás cuerda y no demente, mujer? Tú que has ultrajado el hogar de los príncipes, ¿te alegras y no tiemblas al oír esta noticia?
MEDEA. - Podría perfectamente responder a tus palabras, pero no te excites, amigo, y habla. ¿Cómo han muerto? Pues dos veces me causarías alegría si hubieran muerto del modo más terrible.
MENSAJERO. - Cuando la doble descendencia de tus hijos llegó con su padre y franquearon el umbral de la morada nupcial, nosotros, los esclavos, nos alegramos, pues estábamos agobiados por tus males. Al punto, de oído en oído se repetía como un susurro que tú y tu esposo habíais cesado en vuestra disputa anterior. Uno besa la mano, otro el rubio cabello de tus hijos y yo mismo, lleno de gozo, acompañé a los niños hasta la habitación de las mujeres. La señora que honrábamos ahora en tu lugar, antes de haber visto a la pareja de tus hijos lanzó a Jasón una mirada apasionada, pero luego ocultó sus ojos y volvió hacia atrás su blanca mejilla, molesta ante la entrada de tus hijos. Y tu esposo intentaba aplacar el furor y la cólera de la joven, diciéndole: « ¿No vas a ser acogedora con mis seres queridos? ¿Cesarás en tu furor y volverás hacia nosotros la cabeza, considerando amigos a los que antes lo eran de tu esposo? ¿No vas a aceptar los regalos y pedir a tu padre que, en consideración a mí, libere a mis hijos del destierro?»
Y ella, cuando vio el regalo, no se resistió, sino que concedió todo a su esposo y, antes de que sé hubieran alejado mucho de la casa el padre y los hijos, tomando los abigarrados peplos se los puso y, colocándose la corona de oro sobre sus bucles, adorna su cabello delante de un brillante espejo, sonriendo ante la aparición de la imagen sin vida de su cuerpo. Y después, levantándose de su trono, pasea por la habitación, caminando graciosamente con su blanquísimo pie, rebosante de alegría por los regalos, y una y otra vez dirige hacia atrás su mirada curiosa sobre sus talones, poniéndose de puntillas'. Pero entonces tuvo lugar un espectáculo horrible de ver: cambiando el color, retrocede inclinada, con todos sus miembros temblorosos, y apenas si le da tiempo a reclinarse en su trono para no caer a tierra. Y una criada anciana, creyendo que se trataba de un acceso de furor de Pan o de algún dios, dio un alarido de conjuro, antes de ver que, a través de su boca, corría blanca espuma
y que las pupilas de sus ojos daban vueltas y que la sangre abandonaba su cuerpo; al alarido de conjuro le siguió entonces un gran lamento. Al punto, una se precipita a la casa de su padre, otra a la de su nuevo esposo, para comunicarle la desgracia de su esposa, y todo el palacio resuena por las apretadas carreras.
Ya, con paso ligero, un corredor rápido habré recorrido los seis pletros del estadio y alcanzado su final, cuando ella se recobró de su estado de mudez y volvió a abrir sus ojos cerrados, después de lanzó un grito terrible. Una doble plaga se había lanzado contra ella: la corona de oro que rodeaba su cabeza lanzaba un prodigioso torrente de fuego devastados y los sutiles peplos, regalo de tus hijos, devoraban la blanca carne de la desdichada. Intenta huir, levantándose del trono abrasada, sacudiendo su cabello su cabeza a un lado y a otro, queriendo arrojar la corona, pero las uniones del oro estaban firmemente engarzadas y el fuego, cuanto más sacudía sus cabellos, en lugar de extinguirse redoblaba su fulgor. Y el cae por fin al suelo, vencida por la desgracia, totalmente irreconocible, excepto para su padre. Nos, distinguía la expresión de sus ojos ni su bello rostro; la sangre caía desde lo alto de su cabeza confundida con el fuego, y las carnes se desprendían de sus huesos, como lágrimas de pino, bajo los invisibles dientes del veneno. ¡Terrible espectáculo! Todas teníamos miedo de tocar el cadáver, pues su desgracia nos servía de maestro.
Mas su infortunado padre, sin conocer su calamidad, entrando de improviso en la casa, se arroja sobre el cadáver. A1 punto estalla en gemidos y, rodeándola con sus brazos, la besa mientras dice: «¡Oh hija desdichada!, ¿qué dios te ha perdido de una forma taz ignominiosa? ¿Quién ha dejado huérfano de ti a un anciano, a una tumba?. ¡Ay de mí! ¡Deseo acompañarte en la muerte, hija!,» Y cuando cesó en sus lamentos y sollozos, aunque intentaba levantar su anciano cuerpo, quedó adherido, como yedra a ramas de laurel, a los sutiles peplos, y una lucha terrible se desarrollaba, pues él quería levantar su rodilla, pero ella lo retenía. Y si tiraba con fuerza, arrancaba sus ancianas carnes de los huesos. Por fin renunció, y el desgraciado entregó su vida, pues no pudo derrotar al mal. La hija y el anciano padre yacen muertos uno al lado del otro, desgracia que merece lágrimas.
(A Medea.) Rehúso decir palabra alguna de aquello que te concierne, pues tú misma sabrás el medio de huir del castigo. No es la primera vez que considero la condición humana una sombra y valientemente se podría decir que, de los mortales, los que pasan por sabios e indagadores de conocimientos, ésos son los que se ganan el mayor castigo. Pues ninguno de los mortales es feliz y, cuando la prosperidad se derrama, o uno podrá ser más afortunado que otro, pero no feliz.
CORIFEO. - La divinidad parece que en este día ha acumulado con justicia muchas desgracias sobre Jasón. [ ¡Oh desdichada hija de Creonte, cómo lloramos tus desgracias, tú que te encaminas hacia las moradas de Hades por tu boda con Jasón!]
MEDEA. -Amigas, mi acción está decidida: matar cuanto antes a mis hijos y alejarme de esta tierra; no deseo, por vacilación, entregarlos a otra mano más o hostil que los mate. Es de todo punto necesario que mueran y, puesto que es preciso, los mataré yo que los he engendrado. Así que, ¡ármate, corazón mío! ¿Por qué vacilamos en realizar un crimen terrible pero necesario? ¡Vamos, desdichada mano mía, toma la espada! ¡Tómala! ¡Salta la barrera que abrirá paso a una vida dolorosa! ¡No te eches atrás! ¡No pienses que se trata de tus hijos queridísimos, que tú los has dado a luz! ¡Olvídate por un breve instante de que son tus hijos y luego... llora! Porque, aunque los mate, ten en cuenta que eran carne de tu carne; seré una mujer desdichada.
(Entra en la casa.)