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TEXTO 52: Entrevista ficticia entre Jerjes y Demarato (Frag. 4 D)
Heródoto, Historia VII, 100
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Demarato, rey de Esparta

Acabada ya la reseña de las galeras, saltó Jerges de su nave e hizo comparecer a Demarato, hijo de Aristón, que le acompañaba en la expedición contra la Grecia, y puesto en su presencia, hablóle en estos términos:—«Mucho gusto tendría ahora, Demarato, en que me respondieras a una pregunta que hacerte quiero. A lo que tú mismo dices y a lo que me aseguran los Griegos que se han presentado en mi corte, tú eres Griego y natural de una ciudad que ni es la menor, ni la menos poderosa de Grecia. Quiero, pues, que me digas si tendrán valor los Griegos para venir a las manos conmigo. Dígolo porque estoy persuadido de que ni todos los Griegos, ni todos los demás hombres del Occidente, por más que se juntaran en un ejército, serian capaces de hacerme frente en campo de batalla, no yendo acordes entre ellos mismos. Mucha complacencia tendré, pues, en oir sobre esto tu parecer.» Esta fué la pregunta de Jerges, y tal la respuesta de Demarato: —«Señor, le dice: ¿queréis que os diga la verdad desnuda, o que la disfrace con la lisonja?» A lo que respondió Jerges mandándole decir la verdad, asegurándole que por ella nada perdería de su gracia.
Con esta seguridad en la fe de Jerges, continuó Demarato: Pues que mandáis, señor, que hable francamente y os diga la verdad, yo os la diré de manera que no daré lugar á que después de esto me cojáis en mentira. La Grecia, señor, es una nación criada siempre sin lujo y con pobreza, pero hecha á la virtud, fruto de la sabiduría y de la severa disciplina. Con la misma virtud que practica remedia su pobreza y se defiende de la servidumbre. Tal elogio debo darlo á lodos los Griegos que moran cerca de la región y países dóricos; pero no hablaré ahora de todos ellos, sino solamente de los Lacedemonios. Y en primer lugar digo que de ningún modo cabe que den oídos á nuestras pretensiones, encaminadas á quitar la libertad á la Grecia, de suerte que aunque todos los demás Griegos os presten vasallaje, ellos solos saldrán á recibiros con las armas en la mano. Ni os toméis el trabajo de preguntarme acerca del número de ellos para saliros al encuentro, porque tened por sabido que si constare su ejercito de mil hombres, con mil os darán la batalla; si menos fueren, con menos os la darán, y si fueren más, serán más los que la presenten.»
Al oirle púsose Jerges á reír:—«Demarato, le replica, ¿qué absurdo es eso que dices? Vamos al caso: ¿no aseguras haber sido rey de esos valientes? Pregúntote ahora: ¿quisieras tú solo apostártelas aquí mano a mano contra diez hombres juntos? Y en verdad que si la disciplina civil y el buen orden entre vosotros es en todo como me lo pintas, pide el honor y decoro de la corona, que tú, rey de esos héroes, puedas habértelas con doblado número de enemigos. De suerte que si cada uno de ellos es capaz de hacer frente á diez hombres de los míos, debo á ti solo suponerte bastante para resistir á veinte, pues así y no de otro modo puedes salvar la verdad de tu respuesta. Pero si esos hombres son tales en el valor y en el talle de su cuerpo cual eres tú y cuales son los Griegos que vienen á mi presencia, mira no sean esos elogios que les das una mera baladronada y vana exageración. Porque, por Dios, ¿qué camino lleva que 1.000 hombres, o sean 10.000, o sean 50.000, iguales todos ellos e igualmente libres, y no sujetos al imperio de un soberano, puedan hacer frente a un ejército tan grande como el mío, especialmente siendo nosotros más de 1.000 por uno de ellos, si es que subieren á 50.000? Bien pudiera ser que sujetos a las órdenes de un soberano, como entre nosotros se usa, por miedo de él sacasen esfuerzo de necesidad, y obligados con el látigo, embistiesen pocos contra muchos más; pero sueltos como están y dejada su elección a su arbitrio, no es posible que hagan uno ni otro: antes bien soy de sentir, que cuando fuese igual el número de entrambos, no se atreverían los Griegos a entrar con los Persas solos en batalla. Lo que dices de tanta bravura y valentía se hallará entre los nuestros, no a cada paso ciertamente, sino en tal cual soldado, pues alguno habrá de mis alabarderos persas, que se atreverá á desafiar á tres de los Griegos á un tiempo mismo. Tú empero no lo sabes ni lo conoces; por eso exageras y encomias a tu salvo.»
A este discurso respondió Demarato:— «Bien veia, señor, desde el principio que hablando verdad iba a perder vuestra gracia; pero como me obligabais a que os hablase con toda franqueza y sin lisonja, manifesté lo que según su deber harían los Espartanos. Nadie sabe mejor que vos cuán apasionado podré estar a favor de unos hombres que me degradaron del honor y de los derechos a la corona heredados de mis abuelos; que me desnaturalizaron y me obligaron al destierro: y nadie sabe mejor que yo cuán obligado estoy a vuestro padre que me amparó, me dió alimentos con que vivir y casa en que morar. Me haréis la justicia de no pensar que un hombre de bien como yo, quiera olvidarse de tantos beneficios, sino que más bien quiere corresponder a ellos. Por lo que mira empero al valor, ni blasonaré de poder salir solo contra diez, ni solo contra dos, ni aún por mi gusto quisiera entrar en singular desafio con uno solo, si bien en caso de necesidad, o si algún empeño mayor a ello me estimulase, vendría gustosísimo en medir mi espada con la de alguno de esos Persas que se dicen capaces de habérselas cada uno con tres Griegos. Porque los Lacedemonios cuerpo a cuerpo no son por cierto los más flojos del mundo, y en las filas son los más bravos de los hombres. Libres sí lo son, pero no libres sin freno, pues soberano tienen en la ley de la patria, a la cual temen mucho más que no á vos vuestros vasallos. Hacen sin falta lo que ella les manda, y ella les manda siempre lo mismo: no volver las espaldas estando en acción a ninguna muchedumbre de armados, sino vencer ó morir sin dejar su puesto. Pero ya que os parecen absurdas mis razones, hago ánimo en adelante de no hablaros mas sobre ello; lo que ahora dije lo dije precisado. Deseo, señor, que todo os salga á medida de vuestros deseos.»
De la respuesta de Demarato hizo burla Jerges, y tomándola a risa no dió muestra ninguna de enojo, sino que le envió enhorabuena y con mucha paz. Después de este coloquio, habiendo nombrado gobernador de Dorisco á Mascames, hijo de Megadostes, y depuesto el antecesor que Darío había allí dejado, marchando por la Tracia, movió las armas hacia Grecia.