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AGAMENÓN.- En primer lugar, es justo que yo mi saludo dirija a Argos y a los dioses de nuestro país, mis colaboradores en nuestro regreso[70] y en el castigo que impuse a la ciudad de Priamo, porque los dioses, sin escuchar defensas jurídicas dichas con la lengua, sin vacilaciones, en una urna ansiosa de sangre depositaron sus votos en favor de que hombres murieran y de que fuera destruida Ilio. A la urna contraria, que no se llenaba, sólo, se acercaba la esperanza que infundia la mano[71], y la ciudad, ya conquistada, aún ahora se distingue con facilidad por el humo. Sólo viven alli torbellinos de ruina. Con dolorosa muerte,

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la ceniza despide densos vapores de riquezas. Por esto debemos pagar a los dioses una gratitud que nunca se olvide, puesto que hicimos que nos pagaran el despreciativo rapto de Helena, y, por una mujer, el monstruo argivo[72] -la cria del caballo, la tropa portadora de escudos-, que dio un salto enorme al ponerse las Pléyades[73], redujo a polvo una ciudad. Luego de haber saltado más allá de la torre un león carnicero, fue lamiendo la regia sangre hasta saciarse. En honor de los dioses alargué este preludio.

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En cuanto a tus sentimientos, tal cual los oigo en mi memoria los tengo anotados. Te digo lo mismo: tienes en mí un defensor. A pocos hombres les es connatural el rendir honores sin sentir envidia al amigo que tiene suerte. Un veneno malévolo que se le agarra al corazón dobla el dolor del que ya tiene esa enfermedad. Se mortifica personalmente con sus propios padecimientos y gime al ver la dicha ajena. Como lo sé, lo puedo decir, pues conozco muy bien el espejismo del trato amistoso.

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Una imagen de sombra eran realmente quienes parecían serme leales. Tan sólo Odiseo, precisamente el que se hacía a la mar mal de su grado[74], una vez uncido, era para mí un verdadero caballo amadrinado[75]. Esto te lo digo de cualquiera, ya vivo, ya muerto. Lo demás que concierne a la ciudad y a los dioses, luego que convoquemos debates públicos, en la asamblea general del pueblo lo decidiremos. Hay que ver el modo de que permanezca y dure mucho tiempo lo que está bien, mientras que en aquellos que se hacen precisos remedios salutiferos, cauterizaremos o sajaremos[76] con benevolencia e

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intentaremos alejar el daño de la enfermedad. Cuando ahora haya entrado en mi palacio y morada, en el hogar familiar, alzaré primero mi mano en honor de los dioses que me enviaron lejos de aquí y aquí me trajeron de nuevo. ¡Ojalá que la victoria que me acompañó permanezca aquí para siempre!
(Sale a escena Clitemestra acompañada de sirvientas que traen en sus manos ricos vestidos y una alfombra.)
CLI.- Varones de nuestra ciudad, prez de los argivos, ninguna vergüenza voy a sentir de deciros cómo amo a mi esposo. Con los años pierde la timidez el ser humano. No voy a contarte algo aprendido de otras personas,

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sino las penas de mi propia vida, mientras él estaba al pie de Ilio. En primer lugar, que una mujer se quede en su casa, lejos de su hombre, es una terrible desgracia. Oye continuamente rumores malignos: apenas ha llegado uno cuando otro trae un sufrimiento más grave que el anterior, todos diciendo a gritos desgracias para su casa. Si mi marido hubiera recibido tantas heridas como los rumores tratan a casa, tendría más agujeros, puede decirse, que tiene una red. Y, si hubiera muerto como propagaban las habladurías,

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sería un segundo Gerión[77] de tres cuerpos y podría presumir de haber recibido un triple cobertor de tierra [abundante por encima de él, pues no me refiero a la de abajo], luego de haber muerto una vez por cada una de sus tres formas. Por esta clase de cuentos malintencionados, otras personas, a la fuerza, soltaron numerosos nudos corredizos colgados del techo cuando ya mi garganta apretaban. Ésa es la causa de que nuestro hijo no esté aquí a mi lado, como debiera, Orestes, prenda de nuestra mutua fidelidad. No extrañes eso.

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Lo está criando un huésped aliado que hacia nosotros está bien dispuesto, Estrofio el foceo, que me hizo comprender la posibilidad de un doble dolor: tu riesgo al pie de los muros de Ilio y si una clamorosa revuelta del pueblo derribara al Consejo, según lo que es connatural a los mortales: pisotear al que ya está caldo. En realidad, semejante excusa no encierra engaño. Las fuentes del llanto que otrora manaban como torrentes, se me han secado. Ya no me queda ni una sola gota. Tengo enfermos mis ojos de acostarme al amanecer,

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por pasarme la noche llorando el que la antorcha que me había de anunciar tu regreso jamás se encendiera. De mis sueños me despertaba con el leve vuelo de un rumoroso mosquito, mientras veía en mis pesadillas en torno a ti un mayor número de sufrimientos de los que cabía en el tiempo que estaba dormida. Ahora ya, después de haber soportado todos esos dolores, con el corazón libre de angustia, puedo llamarle a este hombre perro guardián de los establos, cable salvador de la nave, firme columna de un alto techo, único hijo que tiene un padre, arroyo que brota de un manantial para el caminante sediento, y tierra que contra toda esperanza aparece a la vista de unos navegantes,

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día el más bello de contemplar tras la tormenta. [Es dulce escapar de cualquier cosa que se ha sufrido sin poder evitarla.] De estos nombres lo estimo digno[78]. ¡Que la envidia permanezca lejos de él!, que muchos han sido los males pasados que hemos venido soportando. Ahora, mi esposo querido, desciende ya de este carro sin poner en el suelo tu pie, soberano destructor de llio. Esclavas, ¿por qué demoráis dar cumplimiento a la orden que se os ha dado de alfombrar el suelo por donde ha de pisar?

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¡Que quede al momento el camino cubierto de púrpura, para que Justicia lo lleve a una mansión inesperada! Lo demás que el destino tiene ya decretado, lo hará, como es justo, con la ayuda de las deidades mi pensamiento, que nunca fue vencido del sueño.
AGA.-  Descendiente de Leda, guardián de mi palacio, has hablado de modo semejante a mi ausencia, pues largamente te has extendido. Pero, en lo concerniente a alabarme de forma adecuada, ese honor debe venir de otras personas. Por lo demás, no me trates con esa molicie, con modos que son apropiados para una mujer, ni, como si fuera un hombre bárbaro,

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abras tu boca con aclamaciones con la rodilla en tierra en mi honor, ni provoques la envidia tapizando de alfombras mi senda. Con eso sólo a los dioses se debe rendir honor, que a mí no deja de darme miedo, siendo sólo un mortal, caminar sobre esa belleza bordada. Quiero decirte que, como a un hombre, no como a un dios, me des honores. Sin necesidad de alfombras ni bordados, mi fama grita, y el tener sentimientos sensatos es el máximo don de la deidad. Hay que estimar hombre dichoso sólo al que ha acabado su vida con una grata prosperidad. Yo tendría seguridad de conseguirlo,

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si en todo me fuera bien como hasta ahora.
CLI.- Pues bien, dime una cosa sin disimular tu pensamiento.
AGA.-  Sábelo bien: no voy a falsear lo que yo piense.
CLI.- ¿Hubieras tú hecho a los dioses una promesa, de haber sentido algún temor, de hacer esto así?
AGA.- Desde luego, si alguien que bien lo hubiera sabido me hubiera explicado este rito.
CLI.- ¿Qué te parece que hubiera hecho Príamo, si este triunfo hubiera logrado?
AGA.-  Estoy seguro de que hubiera marchado sobre bordados.
CLI.- No respetes, entonces, la humana censura.
AGA.-  Tiene, no obstante, mucho poder la voz del pueblo.
CLI.- No es afortunado aquél a quien nadie envidia.

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AGA.- No es propio de una mujer estar deseosa de discusión.
CLI.- También le está bien al dichoso dejarse vencer.
AGA.- ¿Tanto estimas tú la victoria en esta disputa?
CLI.- Hazme caso concédeme de buen grado el triunfo.
 AGA.-  Si así te parece, que alguien me quite al momento el calzado que hace el oficio de esclavo para mis pisadas, ¡y ojalá que al pisar esta púrpura no me alcance de lejos la envidia de la mirada de las deidades! Siento mucha vergüenza de arruinar el palacio al destrozar con los pies la riqueza y los tejidos comprados a fuerza de plata. Sea, en fin, esto así.
(Señalando a Casandra.)

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Acoge en palacio benévolamente a esta extranjera, que con agrado mira la deidad desde lejos al que ejerce el poder con benignidad, porque nadie lleva por su gusto el yugo de la esclavitud. Ella, como flor escogida de entre muchas riquezas, un regalo que me ha hecho el ejército, ha venido conmigo. Pero, ya que me he visto obligado a hacerte caso en esto, voy a entrar en palacio pisando la púrpura.
(Agamenón baja del carro y se dirige al palacio.)
CLTTEMESTRA. -Existe el mar -¿quién lo agotará?-, que cria un chorro siempre renovado de abundante púrpura, valiosa cual plata,

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que sirve de tinte para los vestidos; y además nuestra casa, señor, tiene eso de sobra, gracias a los dioses, que el palacio no está acostumbrado a carecer de nada. Yo hubiera hecho la promesa de pisotear numerosos vestidos, si me lo hubiera prescrito el profético templo, cuando andaba buscando el medio de rescatar tu vida, pues mientras tiene vida la raíz, llega hasta la casa el follaje y extiende su sombra protectora contra la canícula. Del mismo modo, al llegar tú al hogar del palacio, significa que vino el calor en pleno invierno,

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y en el tiempo en que Zeus va madurando el mosto en las uvas agraces, si un marido en pleno vigor frecuenta la casa, con él entra ya entonces en ella el aire fresco.
(Tan pronto como Agamenón ha entrado en el palacio, Clitemestra dice:)
¡Zeus, Zeus, deidad sin quien nada se cumple, haz que se cumplan mis plegarias! ¡Ojalá te preocupes realmente de eso a que vas a dar fin!
(Clitemestra entra en el palacio. Queda abierta la puerta.)

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y en el tiempo en que Zeus va madurando el mosto en las uvas agraces, si un marido en pleno vigor frecuenta la casa, con él entra ya entonces en ella el aire fresco.
(Tan pronto como Agamenón ha entrado en el palacio, Clitemestra dice:)
¡Zeus, Zeus, deidad sin quien nada se cumple, haz que se cumplan mis plegarias! ¡Ojalá te preocupes realmente de eso a que vas a dar fin!
(Clitemestra entra en el palacio. Queda abierta la puerta.)
CORO.
Estrofa. 1ª
¿Por qué este terror revolotea con persistencia y se pone delante de mi corazón que presiente el futuro? Mi canción vaticina sin que nadie se lo haya mandado

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ni le haya pagado por ello, pues no toma asiento en el trono de mi corazón un atrevimiento que impulse a escupir cual si se tratara de sueños de diffcil interpretación. Ha envejecido el tiempo desde que, recogidos los cables de las amarras llenos de arena, hasta los muros de Ilio se dirigió el ejército a bordo de naves.
Antístrofa. 1ª
Me he enterado por mis propios ojos de su regreso. Por mí mismo soy de ello testigo.

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Y sin embargo, mi corazón, sin ayuda de lira, canta por dentro el fúnebre canto de Erinis, sin que nadie se lo haya enseñado, sin tener ya valor para abrigar alguna esperanza. No hablan en vano mis sentimientos junto a mi alma justiciera, corazón que se agita girando dentro de círculos que se cierran. Ruego que todo ello sea falso y que sin que ocurra lo que yo temo, caiga allá

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donde no llegue a cumplirse.
Estrofa.2ª
No puede lograrse del todo el más alto grado de una muy "robusta salud, porque, vecina, pared por medio, siempre la ataca la enfermedad; y, cuando el destino de un hombre sigue derecho su camino, <con repentina mala fortuna> choca contra un escollo que no se veía. Y, si en lugar de la riqueza acumulada, sólo una parte arroja al mar,

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midiendo bien lo que se tira, no se derrumba toda la casa, aunque en exceso esté llena hasta rebosar, ni se va a pique el barco. El don abundante que viene de Zeus y la cosecha obtenida de campos que se laboran año tras año son suficientes para matar la plaga del hambre[79].
Antístrofa.2ª
Pero, ante todo, la negra sangre caída a tierra de una sola vez con la muerte de un hombre

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¿quién podrá volver a llamarla a la vida mediante ensalmos? Ni siquiera aquel que aprendió a resucitarla de entre los muertos[80], pues Zeus hizo que dejase de hacerlo para evitar el daño. Pero si un destino que ya está fijado no impidiera que otro destino decretado por las deidades le saque ventaja, mi corazón se adelantaría a mi lengua para expresar esos sentimientos[81]

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pero ahora brama en las tinieblas, afligido y sin esperanza de que algún día vaya a devanar de su enardecido pensamiento algún consejo favorable.
(Sale Clitemestra del palacio.)
CLI.- Entra también tú -me refiero a Casandra[82]-. Puesto que Zues, con benevolencia, te ha hecho participe de las abluciones[83] en nuestra morada, puesta en pie en compañía de muchos esclavos junto al altar protector de nuestra riqueza, baja de ese carro y no seas demasiado orgullosa.