(Se acerca un heraldo.)
CLI.-  Pronto sabremos si dicen verdad esos relevos de teas

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portadoras de luz y las luminosas señales del fuego o si, a modo de un sueño, este grato fulgor que ha venido engañó nuestra mente. Porque estoy viendo que, de la parte de la costa, viene un heraldo coronado con ramos de olivo[43]. El polvo sediento, hermano del barro me atestigua esto[44]: que dará noticias, pero no sin voz ni con humo de fuego encendiendo una hoguera con leña en el monte, sino que al hablar nos dirá una alegría mayor...-descarto un relato contrario a ése,

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pues ¡ojalá que al bien ya aparecido venga a sumarse un nuevo bien!
CORIFEO.- ¡Y quien de otra forma haga votos para esta ciudad, que recoja él los frutos del error de su pensamiento!
(Entra a escena un heraldo.)
HER.- ¡Oh suelo patrio de mi tierra argiva! He llegado a ti con esta luz del amanecer después de diez años  y he conseguido el cumplimiento de una sola esperanza entre otras muchas que me fallaron! ¡Nunca podía yo imaginar que moriría en tierra de Argos y que parte tendría en una tumba que era para mi la más amada! ¡Yo te saludo, tierra mía, y a ti, luz del sol, y al soberano de esta tierra-Zeus-y a ti, Señor Pitio[45]

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, que ya no lanzas contra nosotros flechas con tu arco! ¡Bastante hostil nos fuiste ya junto al Escamandro[46]! ¡Sé, en cambio, ahora nuestro médico salvador, Señor Apolo! ¡También saludo a todos los dioses que presidían nuestras batallas y a mi protector Hermes, heraldo amado que es venerado por todo heraldo[47]! ¡Y a los héroes que nos despidieron cuando partimos! ¡Acoged propicios de nuevo al ejército que abandonó con vida la lanza! ¡Oh palacio de nuestros reyes, estancias amadas, augustas sedes y deidades que miráis hacia el sol[48],

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acoged con honor, como antaño hacíais, a nuestro Rey con esos rostros radiantes de alegría tras largo tiempo! Si, porque el rey Agamenón viene portando una luz que brilla en la noche al mismo tiempo para bien vuestro y el de todos los que aquí están. Saludadlo con gozo, pues lo merece, que arrasó a Troya con la piqueta de Zeus Vengador, mediante la cual fue conquistado el suelo de Troya. Ya no hay en ella rastro de altares ni templos de dioses, y la semilla de todo el país ha perecido[49]. Luego de haber impuesto a Troya un yugo tan duro, ya está llegando

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nuestro soberano, el mayor de los hijos de Atreo, venturoso varón. Es el más digno de ser honrado entre todos los hombres de hoy, pues ni Paris ni su ciudad entera se ufanan ya de que su ofensa fuera más grande que el sufrimiento de su castigo, ya que se vio condenado a sufrir la pena por el rapto y el robo[50]: perdió su botín y arrasó su propio país y casa paterna con una total carnicería. Doble han pagado su crimen los hijos de Príamo.
CORIFEO.- ¡Alegría, heraldo que vienes de parte del ejército aqueo!
HER.- Alegre estoy. Ya no me importa morir, si place a los dioses.

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CORIFEO.- ¿Te atormentó el deseo de esta tu tierra patria?
HER.- Tanto, que de alegría ahora lloran mis ojos.
CORIFEO.- Estabais heridos de nuestra misma grata dolencia.
HER.- ¿Cómo dices? Si me lo explicas, me adueñaré de tu respuesta.
CORIFEO.- Estabais heridos por el amor de quienes también os amaban.
HER.- ¿Quieres decir que este país sentía añoranza por el ejército que lo añoraba?
CORIFEO.- Hasta gemir con frecuencia desde lo hondo de mi corazón sumido en el duelo.
HER.- ¿De dónde os venía esa penosa tristeza por el ejército?
CORIFEO.- Ha tiempo que tengo el callar por medicina de mi desgracia[51].
HER.- ¿Y cómo? ¿Tenías miedo de alguien, al estar ausentes los reyes?

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CORIFEO.- Hasta el punto que ahora, igual que tú dices, incluso haber muerto[52] sería para mí una gran alegría.
HER.- Si, se ha conseguido. Pero, al pasar un largo tiempo, de unos mismo sucesos puede decir alguno que fueron venturosos, y otro, a su vez, que fueron motivo de aflicción. ¿Quién, excepto los dioses, está libre de dolor todo el tiempo a través de los años? ¡Si yo os contara las fatigas, las noches al relente, el limitado espacio en la nave, la cama molesta...! ¿En qué momento del día nos faltó la ocasión de gemir? Pero luego, ya en tierra, hubo incluso un mayor horror: estaban nuestros lechos junto a los muros del enemigo;

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caía del cielo el rocío, y las humedades de las praderas que hay en la tierra iban goteando sobre nosotros, daño permanente para nuestra ropa, y nos llenaban el pelo de bichos. ¡Y si uno hablara del invierno, causa de muerte para las aves-¡qué insoportable nos lo hacía la nieve del Ida!-, o del calor, cuando en su lecho, al mediodía, cae el mar y duerme sin olas, sin que siquiera sople la brisa...! ¿Por qué lamentarlo? Pasaron las penas. Y una vez pasadas, a los que están muertos

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ya no les preocupa ni el que nunca de nuevo se pondrán en pie; y para nosotros, los que quedamos del ejército argivo, tiene mayor importancia el provecho obtenido, sin que lo mengüe aquel sufrimiento. ¿Qué necesidad hay de hacer la cuenta de los que murieron y que el vivo sufra por el rigor de la mala fortuna? Creo que es digno que nos alegremos por estos sucesos, porque es justo jactarnos a la luz de ese sol que vuela por encima de mares y tierras: “Luego que un día conquistó Troya el ejército argivo, dedicó este botín a los dioses en cada templo que hay en la Hélade, en testimonio de su antiguo esplendor.”

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Quienes oigan tales hazañas deben elogiar a la ciudad y a sus caudillos. Y será honrado el favor concedido por Zeus, que fue quien hizo que así sucediera. Ya has escuchado entero el relato.
CORIFEO.-  No niego que he sido vencido por tus argumentos, pues siempre tiene el anciano facilidad para aprender de la juventud. Pero es lógico que interesen estas noticias, sobre todo al palacio y a Clitemestra, pero que a la vez a mí me enriquezcan.
CLI.-  Ha tiempo que grité de alegría, cuando vino el primer mensajero nocturno del fuego a comunicaros la conquista y destrucción de Troya.

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Pero hubo quien zahiriéndome dijo: “¿Crees tú que Troya ya está destruida y has dado crédito a una simple señal luminosa? ¡Cuán cierto es que lo que puede esperarse de una mujer es que se excite su corazón!”. Con tales razones se me presentaba como un ser inestable. A pesar de todo, ofrecí sacrificios, a la vez que los hombres, con rito al parecer mujeril, unos desde un lado y otros desde otro, por toda la ciudad, lanzaban gritos de victoria entre clamores de buen augurio y, luego, en los templos de las deidades consumían la llama olorosa que devora las víctimas ofrecidas. ¿Qué falta hace que tú me digas más ahora? iDel propio Rey conseguiré saberlo todo! Voy a apresurarme con la mayor celeridad

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a recibir en su regreso a mi marido, merecedor de mi respeto, pues, para una esposa, ¿qué luz más dulce de ver que ésa: abrirle la puerta al marido, cuando regresa de una campaña porque un dios lo salvó? Anúnciale esto a mi esposo: que venga lo más pronto que le sea posible, que el pueblo lo ama, que, cuando llegue, encontrará en su palacio una esposa fiel, tal cual la dejó, un perro guardián de su casa, leal con él y hostil con los que mal lo quieren, y del mismo modo en todo lo demás, y que ningún sello[53]

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ha roto a lo largo de un tiempo de ausencia tan prolongado, que ni el placer de otro hombre ni habladurías sobre mi honra conozco más que el oficio de dar brillo al bronce. Esta jactancia llena de verdad no constituye ningún deshonor decirlo en voz alta para una mujer que tiene nobleza.
(Clitemestra entra en palacio.)
CORIFEO.- Así ha hablado ella para ti, conforme lo entiendes, discurso especioso para agudos intérpretes[54]. Pero dime, heraldo; te pregunto si Menelao está de regreso, y sano y salvo vuelve con vosotros el amado príncipe de este país.

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HER.- No existe modo de que yo te cuente hermosas mentiras para que mis amigos saquen de ellas provecho por largo tiempo.
CORIFEO.- ¿Cómo, entonces, podrías decirnos algo ventajoso que al mismo tiempo fuera verdad?
HER.- Nuestro hombre desapareció del ejército aqueo, él y su nave. No digo mentira.
CORIFEO.- ¿Se hizo a la mar desde llio a la vista de todos o lo separó de la escuadra una tormenta que alcanzó a toda la flota?
HER.- Has dado en el blanco como un buen arquero. Con pocas palabras has expresado un desastre de gran duración.

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CORIFEO.- ¿Y los rumores de otros navegantes le daban por vivo o por muerto?
HER.- Nadie lo sabe como para poder decirlo con claridad, excepto el sol, que nutre el vigor de la tierra.
CORIFEO.- ¿Cómo dices que se abatió la tempestad sobre nuestras fuerzas navales por el rencor de las deidades y cómo acabó?
MENSAJERO.- No es adecuado contaminar un dia fausto con una lengua que anuncie malas noticias, que la honra debida a los dioses no es coincidente[55]. Cuando un mensajero con el rostro triste lleva a una ciudad el odioso dolor de su ejército aniquilado,

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que una sola herida ha sufrido la ciudad entera, que de muchas casas han sido arrancados muchos guerreros por el doble látigo[56] tan grato a Ares, calamidad de doble punta, yunta sangrienta cargado de tales dolores, es adecuado que entone un peán en honor de las Erinis. Pero el mensajero de buenas noticias sobre sucesos de salvación que llega a una ciudad que es próspera y feliz... ¿de qué manera mezclaré yo lo que es agradable con las desgracias, relatando la tempestad que no sin la ira de las deidades hubieron de sufrir los aqueos?"

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Sí, se conjuraron, a pesar de ser antes los más enemigos, el fuego y el mar, y, en prueba de fidelidad, destruyeron la desdichada escuadra griega. En plena noche se había levantado el infortunio de un oleaje cruel. Los vientos de Tracia destrozaban las naves unas contra otras. Y corneándose por la furia del tifón y la violenta acometida de la lluvia, fueron desapareciendo en el remolino que originaba ese mal pastor, y al elevarse el resplandeciente fulgor del sol, vemos que el mar Egeo está floreciente con los cadáveres

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de guerreros aqueos y restos de naves. A nosotros y a nuestra nave, con su casco intacto, la verdad es que un dios -no era ser humano- nos hurtó a la tormenta rogó con súplicas nuestra salvación, luego de haber sujetado el timón. La diosa Fortuna salvadora, sintiendo amor[57] por nuestra nave, fue sentada en ella, de modo que ni estando anclada pudiera sufrir violentos bandazos debido a las olas ni durante la travesia chocase con tierra rocosa. Luego de haber escapado del Hades marino, a lo largo del claro día, sin haber puesto aún nuestra confianza en la buena suerte, íbamos apacentando con el pensamiento el nuevo dolor de que la escuadra hubiera sufrido aquel desastre y

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de que hubiera quedado míseramente destrozada. Si ahora alguno de aquéllos se encuentra vivo, dirá de nosotros que estamos muertos ¿cómo no?, y nosotros pensamos lo mismo de ellos. ¡Que llegue a ocurrir lo mejor! Así que, en primer lugar y sobre todo, espera que venga Menelao. Si un rayo de sol va buscándolo vivo y aún con los ojos abiertos, con la ayuda de Zeus, que todavía no quiere aniquilar su estirpe, hay cierta esperanza de que a su morada regresará.

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Luego de haber escuchado tan importantes noticias, sabe que estabas oyendo toda la verdad.

[43] En señal de que trae un mensaje fausto.

[44] El polvo que lo cubre es un indicio de que viene de lejos, de Troya quizás.

[45] Apolo, que ayudó a los troyanos en la guerra.

[46] Río de Troya.

[47] Hermes, heraldo de Zeus, es el patró de los Heraldos.

[48] Las estatuas de los dioses que hay ante la fachada del palacio, orientadas hacia el E.

[49] La expresión, con sus detalles (aniquilación de los altares y templos de los dioses) pone aún más de relieve la doble y ambigua luz con que está aquí bañado el rey vencedor: gloria por su éxito ... pero a su vez es un sacrilegio.

[50] Rapto de Helena y robo de las riquezas que Paris se llevó con Helena.

[51] Recuérdense las palabras del Vigía (v. 36) al principio.

[52] Con esta expresión (“haber muerto”), no siempre bien interpretada, introduce el Corifeo una vez más, ahora frente al heraldo, su temor por los luctuosos sucesos que se avecinan.

[53] De los que garantizaban la intangibilidad del tesoro regio.

[54] El texto griego es corrupto, pero el sentido es claro: el corifeo pone en guardia contra el doble sentido de las palabras de la reina.

[55] A unos dioses (los del Olimpo) les corresponde recibir honores de los mortales en los momentos de alegría; a los dioses subterráneos, en cambio, en los sucesos luctuosos.

[56] Doble porque su azote produce a la vez un dolor doble: el familiar y el público.